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linorris_'s reviews
82 reviews
Panza de burro by Andrea Abreu
4.0
Ha sido un libro muy incómodo de leer, como incómodo es tanto lo que se cuenta como cómo se cuenta en sus páginas: la historia de dos amigas que acaban de entrar al instituto, durante un larguísimo verano en un barrio marginal de un pueblo tinerfeño que, a comienzos de los 2000, con la burbuja de la construcción, abraza el turismo como la única manera de "montarse en el dólar", como dice varias veces la protagonista que le dice su padre.
Evidentemente, esto no es así. La protagonista, sin nombre, sólo llamada "shit" por su mejor amiga, Isora, tiene la oportunidad de ver en su barrio y en su propia casa como el aluvión de trabajo nunca llegó a implicar un aluvión de dinero. Encaramada a un poyo de un jardín, ve una escena que da cuenta de la situación de la isla:
Y es que Tenerife no es por todas partes el paraíso que buscan los guiris, ni siquiera aquellos que llegan a las casas rurales donde trabaja la madre de shit. Su barrio es un barrio próximo al volcán, cubierto siempre de nubes y calima, un barrio casi vertical, en constante pendiente que, sin embargo, sólo a sus afueras consigue escapar de la columna vaporosa del cielo y deja entrever un mar que, en cualquier caso, resulta decepcionante: gris, aburrido, del mismo color que el cielo allí arriba.
Nuestras protagonistas comienzan el verano con la triste certeza de que ese año, una vez más, tampoco verán la playa. Así que tenemos la oportunidad de conocer su barrio y a qué se dedican las muchachas durante esos largos meses. Empecé la lectura disfrutando más bien poco de lo que leía. Me habían avisado de que había demasiada escatología, a veces sin mucha explicación. ¡Pero esa ha sido la gracia! La escatología no tiene ninguna explicación: sigue teniendo el misterio gracioso e insondable que tiene para las niñas el decir palabrotas, a la vez que, con la primera regla y el éxito incontestable de Pasión de gavilanes comienzan a intuir que ese mundo gracioso a veces puede dar mucho miedo. Al menos a shit le da miedo.
No he podido evitar sentirme profundamente identificado con shit cuando habla del amor que tiene por Isora: un amor como el que tiene un niño a un cachorro de gato que lo ignora, que lo quiere tanto que lo estrujaría hasta que le estallaran los ojos. En realidad, me pregunté muchas veces si en realidad shit quería a Isora. Supongo que sí, de una manera ruda y bestial como yo quería a mis amigos. Pero también pude leerme en esas líneas en que dice que "siempre que estaba enfadada con Isora me gustaba imaginarme desgraciada...", en esa dependencia brutal, en la inseguridad constante de saber que tu amiga de la infancia está creciendo más deprisa que tú, que te enseña siempre cosas y tú sólo puedes hacer que te interesa o te importa porque quieres que juegue un rato más porque sabes, en el fondo, que nunca jamás podrás tener esa facilidad para ser mayor que tiene ella. Entre la envidia y la admiración una, y entre la soberbia y el desprecio la otra.
Me he reconocido en estas páginas, en la escatología constante, en el misterio del sexo por descubrir, en la impaciencia y el miedo, en las dudas sobre la propia identidad. Y a la vez que me reconocía, las descripciones líricas y brutales de Andrea Abreu me ha permitido reconocer la realidad de otras niñas que tampoco entendieron qué pasó el 11 de septiembre de 2001 cuyas madres, a veces, antes de la crisis, probablemente estuvieran limpiando la casa en la que mis padres y yo pasamos nuestras últimas vacaciones. Sus descripciones son certeras y no por ser realistas, sino por acercarse al expresionismo, porque nos transportan al entorno a través de unas imágenes vaporosas. Y sí, claro, esas imágenes son muy a menudo escatológicas, como han de serlo en las cosas que solemos olvidar de cuando teníamos 12 años (como que el mundo existía exactamente tal y como hablábamos de él, en la oralidad que se muestra irreductible en esta novela), porque en realidad tampoco nos fijábamos tanto en las cosas y tampoco nos importaban tanto.
Evidentemente, esto no es así. La protagonista, sin nombre, sólo llamada "shit" por su mejor amiga, Isora, tiene la oportunidad de ver en su barrio y en su propia casa como el aluvión de trabajo nunca llegó a implicar un aluvión de dinero. Encaramada a un poyo de un jardín, ve una escena que da cuenta de la situación de la isla:
Estaban los guiris en la piscina, en la piscina bañándose y cogiendo el sol sin sol y comiendo salchichas de esas piconas en las mesitas de la terraza debajo de los paraguas de palmeras. Supuse yo que estaban cenando, porque mi madre decía que los guiris jediondos cenaban a las seis de la tarde. Desde lo alto del muro a lo lejos solo podía ver puro viejo, puro viejo quemado y rojo como cangrejos moros.
Y es que Tenerife no es por todas partes el paraíso que buscan los guiris, ni siquiera aquellos que llegan a las casas rurales donde trabaja la madre de shit. Su barrio es un barrio próximo al volcán, cubierto siempre de nubes y calima, un barrio casi vertical, en constante pendiente que, sin embargo, sólo a sus afueras consigue escapar de la columna vaporosa del cielo y deja entrever un mar que, en cualquier caso, resulta decepcionante: gris, aburrido, del mismo color que el cielo allí arriba.
Nuestras protagonistas comienzan el verano con la triste certeza de que ese año, una vez más, tampoco verán la playa. Así que tenemos la oportunidad de conocer su barrio y a qué se dedican las muchachas durante esos largos meses. Empecé la lectura disfrutando más bien poco de lo que leía. Me habían avisado de que había demasiada escatología, a veces sin mucha explicación. ¡Pero esa ha sido la gracia! La escatología no tiene ninguna explicación: sigue teniendo el misterio gracioso e insondable que tiene para las niñas el decir palabrotas, a la vez que, con la primera regla y el éxito incontestable de Pasión de gavilanes comienzan a intuir que ese mundo gracioso a veces puede dar mucho miedo. Al menos a shit le da miedo.
No he podido evitar sentirme profundamente identificado con shit cuando habla del amor que tiene por Isora: un amor como el que tiene un niño a un cachorro de gato que lo ignora, que lo quiere tanto que lo estrujaría hasta que le estallaran los ojos. En realidad, me pregunté muchas veces si en realidad shit quería a Isora. Supongo que sí, de una manera ruda y bestial como yo quería a mis amigos. Pero también pude leerme en esas líneas en que dice que "siempre que estaba enfadada con Isora me gustaba imaginarme desgraciada...", en esa dependencia brutal, en la inseguridad constante de saber que tu amiga de la infancia está creciendo más deprisa que tú, que te enseña siempre cosas y tú sólo puedes hacer que te interesa o te importa porque quieres que juegue un rato más porque sabes, en el fondo, que nunca jamás podrás tener esa facilidad para ser mayor que tiene ella. Entre la envidia y la admiración una, y entre la soberbia y el desprecio la otra.
E isora continuó diciendo que Zuleyma la del bar le había contado que después de follar a las mujeres se les quedaba el chocho latiendo. Y dijo chocho y no pepe y yo me sentí tan lejos de ella. Esa frase me bajó por la garganta de una mala forma, como si me hubiese atragantado, como un trozo de comida arrastrándose por el camino que no era, por el camino viejo, como decía abuela. Me di cuenta de que Isora estaba en otro lugar, un sitio del que yo no alcanzaba a ver ni el principio y por un momento tuve miedo, miedo de que se diera cuenta de mi inocencia, de que se cansara de mi cabeza asintiendo y mi boca cerrándose.
Me he reconocido en estas páginas, en la escatología constante, en el misterio del sexo por descubrir, en la impaciencia y el miedo, en las dudas sobre la propia identidad. Y a la vez que me reconocía, las descripciones líricas y brutales de Andrea Abreu me ha permitido reconocer la realidad de otras niñas que tampoco entendieron qué pasó el 11 de septiembre de 2001 cuyas madres, a veces, antes de la crisis, probablemente estuvieran limpiando la casa en la que mis padres y yo pasamos nuestras últimas vacaciones. Sus descripciones son certeras y no por ser realistas, sino por acercarse al expresionismo, porque nos transportan al entorno a través de unas imágenes vaporosas. Y sí, claro, esas imágenes son muy a menudo escatológicas, como han de serlo en las cosas que solemos olvidar de cuando teníamos 12 años (como que el mundo existía exactamente tal y como hablábamos de él, en la oralidad que se muestra irreductible en esta novela), porque en realidad tampoco nos fijábamos tanto en las cosas y tampoco nos importaban tanto.
El Silmarillion by J.R.R. Tolkien
4.0
Un libro doloroso de leer, donde la aventura, la épica o la victoria que gobiernan otras obras de Tolkien quedan empañadas por la nostalgia y una constante sensación de pérdida. Bueno, y también porque a veces es un lío tremendo.
Me han llamado especialmente la atención todas las secciones que tienen que ver con la música: la búsqueda de Maedhros, Beren y Lúthien, los Hijos de Húrin... los duelos musicales (y no sólo en el Ainulindalë), la importancia de la oralidad, el poder (la magia) que transmite la música en un mundo en constante cambio.
Me han llamado especialmente la atención todas las secciones que tienen que ver con la música: la búsqueda de Maedhros, Beren y Lúthien, los Hijos de Húrin... los duelos musicales (y no sólo en el Ainulindalë), la importancia de la oralidad, el poder (la magia) que transmite la música en un mundo en constante cambio.
Los Héroes by Joe Abercrombie
4.0
Empecé esta novela asumiendo que iba a ser la que menos me iba a gustar de Abercrombie. Aunque mucha gente disfruta las batallas que aparecen en sus libros, a mí terminan por aburrirme, y un libro de casi 1000 páginas que cuente únicamente la historia de una batalla de tres días se me antojaba una tarea muy complicada. Sin embargo, me ha sorprendido mucho y puede que sea la novela de este autor que más haya disfrutado hasta la fecha.
El libro, para empezar, es sorprendentemente antibelicista. El comienzo lo es: dos viejos amigos, ahora en bandos separados, discuten en la meseta de Los Héroes sobre quién de los dos debería quedársela. En las negociaciones se intercalan comentarios sobre su vida pasada, la vida futura que echaron a perder por empuñar una espada, y uno de los dos se retira casi cortésmente.
Un "pueblo guerrero" como es el Pueblo de los Hombres del Norte está constituido por guerreros hartos de luchar en guerras que no son suyas, en disputarse un pedazo de tierra que a nadie le importa en el fondo. Muchos de los protagonistas norteños, incluido Dow el Negro, el Rey de los Hombres del Norte, fantasean con el retiro o, por lo menos, con su vida pasada. El que para mí es el personaje más disfrutable, Craw, es un anciano agotado, líder de una docena que ha enterrado a demasiada gente y piensa que ya es demasiado tarde para él para retirarse. Por eso, intenta aprovechar cualquier oportunidad para hacer de la guerra (de su mundo, en definitiva), un lugar ejemplar: En cualquier caso, me da la impresión de que un hombre puede llevar a cabo muchas maldades en muy poco tiempo. En realidad, basta con blandir una espada. Pero para hacer el bien hay que dedicarle tiempo. Y todo tipo de esfuerzos. La mayor parte de los hombres carecen de la paciencia necesaria.
Por otra parte, un imperio expansionista como es La Unión está repleto de cinismo, como el que expresa otro de los personajes más interesantes, el cabo Tunny: ¡Me cago en sus muertos, no!, dice a unos nuevos reclutas. Sigan mi ejemplo. Yo he sobrevivido a más de una refriega, las guerras ya resultan bastante difíciles sin que haya gente luchando en ellas. Y, en cada uno de los bandos, con visiones tan opuestas, no faltan contrapuntos en muchos otros personajes que añaden una complejidad de intereses particulares, nacionales e internacionales: hay quien desea redimirse, hay quien espera morir en la batalla por no tener el arrojo suficiente para suicidarse, hay quien espera medrar, hay pillaje, hay traidores...
Incluso uno mismo se acaba preguntando para qué sirve esto de las guerras, este caos insufrible, a qué intereses sirve, quién gana con ello. La respuesta es que nadie que participe en ella gana, como muestra el hecho de que. Así reflexiona otro de los personajes principales cerca del final:
Los Héroes no trata sobre ningún héroe, por supuesto, sino que en este amalgama de intereses y egoísmos, plantea la pregunta de qué tiene que hacer uno para ser un héroe, para ser considerado un héroe por los demás o al menos para uno mismo. La respuesta es que nada de lo que se pueda hacer para ello merece la pena. La novela, en general, deja un incómodo poso que nos hace preguntarnos, de vuelta hacia acá, en qué clase de sociedad podrían existir héroes y si queremos parecernos a ese tipo de sociedad; puede que los héroes no sean verdaderamente necesarios, después de todo. Y con esta última cita que se enfrenta al absurdo de la vida, de la muerte y de la guerra, con la imposibilidad de que se dé un héroe en el mundo, acabo la reseña:
El libro, para empezar, es sorprendentemente antibelicista. El comienzo lo es: dos viejos amigos, ahora en bandos separados, discuten en la meseta de Los Héroes sobre quién de los dos debería quedársela. En las negociaciones se intercalan comentarios sobre su vida pasada, la vida futura que echaron a perder por empuñar una espada, y uno de los dos se retira casi cortésmente.
Un "pueblo guerrero" como es el Pueblo de los Hombres del Norte está constituido por guerreros hartos de luchar en guerras que no son suyas, en disputarse un pedazo de tierra que a nadie le importa en el fondo. Muchos de los protagonistas norteños, incluido Dow el Negro, el Rey de los Hombres del Norte, fantasean con el retiro o, por lo menos, con su vida pasada. El que para mí es el personaje más disfrutable, Craw, es un anciano agotado, líder de una docena que ha enterrado a demasiada gente y piensa que ya es demasiado tarde para él para retirarse. Por eso, intenta aprovechar cualquier oportunidad para hacer de la guerra (de su mundo, en definitiva), un lugar ejemplar: En cualquier caso, me da la impresión de que un hombre puede llevar a cabo muchas maldades en muy poco tiempo. En realidad, basta con blandir una espada. Pero para hacer el bien hay que dedicarle tiempo. Y todo tipo de esfuerzos. La mayor parte de los hombres carecen de la paciencia necesaria.
Por otra parte, un imperio expansionista como es La Unión está repleto de cinismo, como el que expresa otro de los personajes más interesantes, el cabo Tunny: ¡Me cago en sus muertos, no!, dice a unos nuevos reclutas. Sigan mi ejemplo. Yo he sobrevivido a más de una refriega, las guerras ya resultan bastante difíciles sin que haya gente luchando en ellas. Y, en cada uno de los bandos, con visiones tan opuestas, no faltan contrapuntos en muchos otros personajes que añaden una complejidad de intereses particulares, nacionales e internacionales: hay quien desea redimirse, hay quien espera morir en la batalla por no tener el arrojo suficiente para suicidarse, hay quien espera medrar, hay pillaje, hay traidores...
Incluso uno mismo se acaba preguntando para qué sirve esto de las guerras, este caos insufrible, a qué intereses sirve, quién gana con ello. La respuesta es que nadie que participe en ella gana, como muestra el hecho de que
Spoiler
Bayaz se mostrara tan reticente tanto a negociar una rendición como a acercarse al campo de batallaNo existe patrón alguno. La gente muere al azar. Lo cual tal vez era evidente. Lo cual quizá era algo que todo el mundo sabía. Algo que todo el mundo sabe, pero que nadie cree en realidad. Creen que cuando les toque a ellos su muerte encerrará una lección, tendrá un significado, será una historia merecedora de ser contada. Creen que la muerte se presentará ante ellos bajo la forma de un terrible erudito, un caballero caído en desgracia o un terrible emperador. Entonces, tocó el cadáver del muchacho con la punta de su bota, lo levantó hasta ponerlo de lado y después dejó que volviera a caer. La muerte es un funcionario aburrido con demasiadas tareas que atender. En la muerte, no hay ningún momento de revelación. Ni es una experiencia profunda. No, se acerca a nosotros sigilosamente por la espalda y se nos lleva mientras estamos cagando.
Los Héroes no trata sobre ningún héroe, por supuesto, sino que en este amalgama de intereses y egoísmos, plantea la pregunta de qué tiene que hacer uno para ser un héroe, para ser considerado un héroe por los demás o al menos para uno mismo. La respuesta es que nada de lo que se pueda hacer para ello merece la pena. La novela, en general, deja un incómodo poso que nos hace preguntarnos, de vuelta hacia acá, en qué clase de sociedad podrían existir héroes y si queremos parecernos a ese tipo de sociedad; puede que los héroes no sean verdaderamente necesarios, después de todo. Y con esta última cita que se enfrenta al absurdo de la vida, de la muerte y de la guerra, con la imposibilidad de que se dé un héroe en el mundo, acabo la reseña:
Según las canciones, debería haberse llevado consigo a muchos adversarios y se habría unido con orgullo a los muertos. En la realidad, sólo logró que un par de hombres de la Unión se alejaran de él antes de que unos cuantos más lo obligaran a retroceder contra un muro con sus lanzas. En cuanto le clavaron una en el brazo, tuvo que soltar el hacha. Entonces, alzó la otra mano y gritó aún más. No sabía si estaba gritando que se rendía o les estaba insultando, aunque, la verdad, eso daba igual. Le atravesaron el pecho con una lanza y cayó al suelo. Después, lo atravesaron una y otra vez con sus armas, que se alzaban y descendían como las palas de hombres que cavan en el campo.
Reyes de la Tierra Salvaje by Nicholas Eames
3.0
Una novela sorprendentemente autoconsciente y sin muchas pretensiones. Fantasía más que clásica y de aventuras, los protagonistas son cinco amigos retirados que cumplen todos los clichés de cualquier partida de Dragones y mazmorras: un guerrero con un estilo pulcro, otro como un berserker, otro más bien defensivo, un ladrón y un mago. Y muchos bardos que no paran de morir.
Me costó un poco habituarme a la historia, a los clichés y a valorarlos como lo que son: la excusa para tratar otros temas. ¿Que todas las monedas del mundo mundial en fantasías se llaman marcos, coronas...? Pues aquí marcoronas. ¿Que el mago siempre usa varitas? Pues este usa una ramita de madera que no hace nada, pero asusta a los enemigos. ¿Que el ladrón adora sus dos dagas? Pues sí, pero tampoco sabe diferenciarlas ni le importa demasiado. ¿Que el protagonista dice que no a la aventura, luego que sí y luego resulta que salva el día? Pues también, pero no deja de arrepentirse ni de extrañar lo que deja atrás. ¿Que aquí hay gorgonas, minotauros, dragones, banshees, kobolds, goblins...? Pues sí, pero hay tantísimos y todos tan trillados, que tampoco importa.
Lo importante para mí, aparte de estos guiños que han sido bastante graciosos, han sido las relaciones entre los personajes. Personajes muy bien construidos y con relaciones bastante interesantes que, a pesar de su caracterización inicial, consiguen escapar al cliché. La novela al final va de cinco amigos ya retirados de su oficio de mercenarios, que se reúnen por ayudar a uno de ellos, en un viaje en el que todos entienden por qué dejaron de dedicarse a ello, qué perdieron y qué ganaron. Afloran las disculpas, las lágrimas, los abrazos y la nostalgia. No tienen ganas de volver a ser lo que eran, pero cómo se alegran de haberlo sido. Sólo va de esto, y entre medias hay monstruos que matar (¿qué importa cuál?, son monstruos y ya).
En este sentido, creo que el autor ha aprovechado bastante bien un enorme e inagotable acervo de lugares comunes en la fantasía más popera para contar una historia que se aleja de ella. Un trampolín que da como resultado una novela sencilla, amable y ligera, que uno disfruta leyendo porque el aire fresco viene precisamente de donde uno no se lo espera.
Me costó un poco habituarme a la historia, a los clichés y a valorarlos como lo que son: la excusa para tratar otros temas. ¿Que todas las monedas del mundo mundial en fantasías se llaman marcos, coronas...? Pues aquí marcoronas. ¿Que el mago siempre usa varitas? Pues este usa una ramita de madera que no hace nada, pero asusta a los enemigos. ¿Que el ladrón adora sus dos dagas? Pues sí, pero tampoco sabe diferenciarlas ni le importa demasiado. ¿Que el protagonista dice que no a la aventura, luego que sí y luego resulta que salva el día? Pues también, pero no deja de arrepentirse ni de extrañar lo que deja atrás. ¿Que aquí hay gorgonas, minotauros, dragones, banshees, kobolds, goblins...? Pues sí, pero hay tantísimos y todos tan trillados, que tampoco importa.
Lo importante para mí, aparte de estos guiños que han sido bastante graciosos, han sido las relaciones entre los personajes. Personajes muy bien construidos y con relaciones bastante interesantes que, a pesar de su caracterización inicial, consiguen escapar al cliché. La novela al final va de cinco amigos ya retirados de su oficio de mercenarios, que se reúnen por ayudar a uno de ellos, en un viaje en el que todos entienden por qué dejaron de dedicarse a ello, qué perdieron y qué ganaron. Afloran las disculpas, las lágrimas, los abrazos y la nostalgia. No tienen ganas de volver a ser lo que eran, pero cómo se alegran de haberlo sido. Sólo va de esto, y entre medias hay monstruos que matar (¿qué importa cuál?, son monstruos y ya).
En este sentido, creo que el autor ha aprovechado bastante bien un enorme e inagotable acervo de lugares comunes en la fantasía más popera para contar una historia que se aleja de ella. Un trampolín que da como resultado una novela sencilla, amable y ligera, que uno disfruta leyendo porque el aire fresco viene precisamente de donde uno no se lo espera.
The Song of Achilles by Madeline Miller
5.0
Cuando acabé esta novela, lo primero que dije fue "no se me ocurre nada que leer después de esto". Y estaba en lo cierto: no quería leer nada porque sabía que nada sería capaz de hacerme olvidar lo que acababa de leer. Estuve por leer Circe; estuve también por empezar de nuevo La canción de Aquiles.
La narración en este libro es excepcional. El trabajo de la autora tanto en aunar las fuentes como en cuidar y estilizar su prosa hace que el libro se pueda beber, que sus páginas se deslicen como un río sin parar. Los capítulos dejan de tener sentido cuando la prosa es tan sonora y delicada, tan sencilla y tan cercana al ritmo de los versos de Homero. Me alegro mucho de haberlo leído en inglés, y de haber releído pasajes en voz alta.
Cuando pienso en la recolección de fuentes, sólo puedo pensar en dos personajes concretos: Odiseo y Áyax. Empecemos por Odiseo el de muchas tretas. Porque eso es lo que hace durante toda la novela: trampa y manipulación desde la esquina. No queda casi nada de su heroísmo de la Odisea ni de su diplomacia de la Ilíada, sino que esta faceta heroica se aprecia en contrapunto con el "héroe" cruel y calculador que es en las tragedias. Eminentemente pragmático hasta ser despiadado, parece más un burócrata del ejército de Agamenón que considera que hace su trabajo y, cuando no, hace "lo que puede" para hacer algo bueno. Y esto no es casualidad: el estilo del libro en primera persona, la mezcla de fragmentos escritos en pasado y otros en presente, nos acercan a los héroes a las cualidades que hoy en día tendrían dentro de nuestros estándares, salvando siempre una respetuosa distancia. El mito se actualiza y se vuelve tan humano como nosotros lo somos hoy, sin olvidar de la humanidad que representaba en tiempos de Homero. Áyax, por su parte, es un héroe seguro de sí mismo que se ve eclipsado desde antes de la guerra por la fama de Aquiles; un rasgo que anticipa el complejo, la locura y el tremendo peso de ser aristos Achaion una vez muere el Pelida.
Por supuesto, está también Patroclo. Dotado de una sensibilidad e individualidad únicas, en esta novela deja de ser un secundario para ser el protagonista. Vemos todo a través de sus ojos, y también a través de sus ojos vemos lascaricaturas de Agamenón o Héctor y también, no podía faltar, la divinidad de Aquiles. La relación entre estos dos es tan torpe y natural que es imposible no sentirla como propia; juntos, en un mundo en el que aún existen los dioses, esperan ser capaces de escapar al destino por primera vez en su historia. Es, además, el medio para llegar a Aquiles. Cuando Odiseo, Áyax y Fénix negocian con Aquiles, se dirigen a él en todo momento, pero en el fondo procuran hacer entrar en razón a Patroclo.
Los ojos de Patroclo son especiales porque son los únicos que no ven a Aquiles como hijo de una diosa o como una máquina de matar, sino como a un dios. El extenso preludio a Troya nos permite conocer a este muchacho hecho para la guerra que, sin embargo, prefiere cazar, recolectar, bañarse y hacer música. Como su destino es bañarse en sangre, por supuesto que va presto a ella, y Patroclo, que no puede soportar la idea de la muerte (la idea de que, por cada troyano que ejecute Aquiles, es uno menos para que éste se enfrente a Héctor), se dedica a la medicina, pero también procura imaginar las escenas que le describe Aquiles como si fueran escenas ya pintadas en vasijas. Odia la guerra, pero adora ver a Aquiles en la guerra, porque en ella se desenvuelve en toda su naturalidad y potencial, y dedica sus largos días en el campamento a admirarlo.
Aquiles, al final, nunca tuvo culpa de nada. Estaba destinado a ser más famoso que su padre, algo que su madre interpretó como que iba a ganarse un asiento en el Olimpo; a la vez, sólo quería ser feliz y vivir una vida buena acompañado de Patroclo. Cuando Patroclo muere, Aquiles sabe que no es todavía su momento y decide buscarlo, decide cortar su hilo: sale sin armadura y arrasa con el enemigo, esperando la flecha que habrá de darle muerte. Por supuesto que era orgulloso; la tensión entre Tetis y Patroclo es palpable en el desarrollo de Aquiles. Sabía por lo que sería recordado, y sabía que eso le haría separarse de Patroclo al final. Aquiles está en un conflicto constante entre lo que quiere ser y lo que debe ser, y nadie salvo Patroclo, ni siquiera él mismo, es capaz de entender quién es.
Es por eso que, al final, Al fin y al cabo, ¿quién puede adorar a un dios sino un mortal?
La narración en este libro es excepcional. El trabajo de la autora tanto en aunar las fuentes como en cuidar y estilizar su prosa hace que el libro se pueda beber, que sus páginas se deslicen como un río sin parar. Los capítulos dejan de tener sentido cuando la prosa es tan sonora y delicada, tan sencilla y tan cercana al ritmo de los versos de Homero. Me alegro mucho de haberlo leído en inglés, y de haber releído pasajes en voz alta.
Cuando pienso en la recolección de fuentes, sólo puedo pensar en dos personajes concretos: Odiseo y Áyax. Empecemos por Odiseo el de muchas tretas. Porque eso es lo que hace durante toda la novela: trampa y manipulación desde la esquina. No queda casi nada de su heroísmo de la Odisea ni de su diplomacia de la Ilíada, sino que esta faceta heroica se aprecia en contrapunto con el "héroe" cruel y calculador que es en las tragedias. Eminentemente pragmático hasta ser despiadado, parece más un burócrata del ejército de Agamenón que considera que hace su trabajo y, cuando no, hace "lo que puede" para hacer algo bueno. Y esto no es casualidad: el estilo del libro en primera persona, la mezcla de fragmentos escritos en pasado y otros en presente, nos acercan a los héroes a las cualidades que hoy en día tendrían dentro de nuestros estándares, salvando siempre una respetuosa distancia. El mito se actualiza y se vuelve tan humano como nosotros lo somos hoy, sin olvidar de la humanidad que representaba en tiempos de Homero. Áyax, por su parte, es un héroe seguro de sí mismo que se ve eclipsado desde antes de la guerra por la fama de Aquiles; un rasgo que anticipa el complejo, la locura y el tremendo peso de ser aristos Achaion una vez muere el Pelida.
Por supuesto, está también Patroclo. Dotado de una sensibilidad e individualidad únicas, en esta novela deja de ser un secundario para ser el protagonista. Vemos todo a través de sus ojos, y también a través de sus ojos vemos lascaricaturas de Agamenón o Héctor y también, no podía faltar, la divinidad de Aquiles. La relación entre estos dos es tan torpe y natural que es imposible no sentirla como propia; juntos, en un mundo en el que aún existen los dioses, esperan ser capaces de escapar al destino por primera vez en su historia. Es, además, el medio para llegar a Aquiles. Cuando Odiseo, Áyax y Fénix negocian con Aquiles, se dirigen a él en todo momento, pero en el fondo procuran hacer entrar en razón a Patroclo.
Los ojos de Patroclo son especiales porque son los únicos que no ven a Aquiles como hijo de una diosa o como una máquina de matar, sino como a un dios. El extenso preludio a Troya nos permite conocer a este muchacho hecho para la guerra que, sin embargo, prefiere cazar, recolectar, bañarse y hacer música. Como su destino es bañarse en sangre, por supuesto que va presto a ella, y Patroclo, que no puede soportar la idea de la muerte (la idea de que, por cada troyano que ejecute Aquiles, es uno menos para que éste se enfrente a Héctor), se dedica a la medicina, pero también procura imaginar las escenas que le describe Aquiles como si fueran escenas ya pintadas en vasijas. Odia la guerra, pero adora ver a Aquiles en la guerra, porque en ella se desenvuelve en toda su naturalidad y potencial, y dedica sus largos días en el campamento a admirarlo.
Aquiles, al final, nunca tuvo culpa de nada. Estaba destinado a ser más famoso que su padre, algo que su madre interpretó como que iba a ganarse un asiento en el Olimpo; a la vez, sólo quería ser feliz y vivir una vida buena acompañado de Patroclo. Cuando Patroclo muere, Aquiles sabe que no es todavía su momento y decide buscarlo, decide cortar su hilo: sale sin armadura y arrasa con el enemigo, esperando la flecha que habrá de darle muerte. Por supuesto que era orgulloso; la tensión entre Tetis y Patroclo es palpable en el desarrollo de Aquiles. Sabía por lo que sería recordado, y sabía que eso le haría separarse de Patroclo al final. Aquiles está en un conflicto constante entre lo que quiere ser y lo que debe ser, y nadie salvo Patroclo, ni siquiera él mismo, es capaz de entender quién es.
Es por eso que, al final,